CATEGORÍA DE 3º Y 4º ESO
SEGUNDO PREMIO
EL NARRADOR
Julia Moyano Villullas
En la esquina de la mesa se encontraba Phileas Fogg, un hombre con posibles, sin duda. Hacía bailar metódicamente una moneda entre sus dedos, apoyado sobre un bastón y con la mirada impasible.
Suspiré con ironía. La arrogancia no estaba entre mis peticiones a Verne para el personaje, sin embargo, le daba un aire misterioso.
A su lado estaba Ana Karenina. Cualquiera habría envidiado su belleza. Estaba totalmente centrada en el libro que tenía sobre las piernas y pasaba cada página con suma delicadeza. Me percaté de que no era la única persona que la observaba. Dorian Gray le sonreía con su mirada; en sus ojos se veía un brillo único y hermoso.
Desvié la mirada hacia el fondo de la sala. Tapada con una tela, había una pintura. Sonreí. Seguramente se le borraría cualquier rastro de felicidad si supiera que era su retrato el que allí residía. Wilde me había aconsejado traerlo conmigo, por si las cosas se torcían.
No lejos de allí Jim Hawkins conservaba agitadamente con Tom Sawyer. Había imaginado que congeniarían bien y su cercana posición en la mesa distaba de ser desintencionada.
El joven Hawkins movía los brazos y relataba a gritos sus aventuras, mientras Tom reía descontroladamente.
Las carcajadas pararon en seco cuando la puerta comenzó a quejarse y apareció tras ella la figura de un hombre.
Él era tal y como lo había imaginado. Un escalofrío me recorrió la espalda. Su rostro casi reflejaba la luz por su palidez extrema. Tenía la boca fina y firme, con un gesto frío y unos labios cuyo color rojo denotaba la vitalidad que faltaba en el resto de su cuerpo. Vlad bajó de su motocicleta y se dirigió al centro de la sala. Al parecer el señor Fogg no era el único hombre presuntuoso del cuarto, ya que el que acababa de llegar exigía que le tratáramos de noble, ni más ni menos que el conde Drácula.
Tan solo faltaba Mr. Hyde, que continuaba abriendo y cerrando la cremallera de sus zapatos, únicamente por el placer de observar su mecanismo. Realmente tenía un aspecto desagradable y una voz muy ronca. Cuando sonrió, ni siquiera parecía real.
Cerré los ojos. Los personajes eran increíbles.
Me ha sido ordenado hablar como narrador de una historia. Tal vez algún día esa reunión se convierta en una leyenda.
En la habitación reinó el silencio. Nadie puso objecciones, así que continué mi discurso.
Habéis sido creados por una razón. Debemos enseñar unos valores a esta generación -dije yo.
Alguien me interrumpió:
¿Es realmente necesario hablar de ese modo? Todos los presentes sabemos que es usted quien habla, no tiene que aclararlo.
Lo ignoré y proseguí:
Mi objetivo era encargar los personajes de la literatura de este siglo. Estoy aquí para controlar la sabiduría de los humanos, tenemos que introducir todos y cada uno de los valores poco a poco. No debemos dar a conocer toda la información al mismo tiempo. Esta reunión se celebrará una vez cada siglo, entregando nuestros conocimientos al público, hasta llegar a la cumbre de la cultura -afirmé.
El que había intervenido anteriormente puso los ojos en blanco al oír mi última palabra. Trataba claramente de contener su rabia.
No debemos permitir que la paciencia nos consuma y tenemos que dejar que yo decida nuestro próximo paso. Tarde o temprano, otros me verán llegar -dijo él.
¿Y quién es él? -preguntó uno de ellos.
El tiempo -le respondí.
CATEGORÍA DE BACHILLERATO Y CICLOS FORMATIVOS
SEGUNDO PREMIO
COMA
Teresa Hernández Zárraga
Ya ha salido de la función y dirijo a mi casa. Tengo muchas cosas que hacer y ya son las doce de la noche. Aún sigue la melodía dando vueltas en mi cabeza y creo que quedará grabada siempre.
Hace un día feo. Llueve mucho y apenas hay gente en la calle. Solo se oyen ruidos y muchos coches.
Ya he llegado. Acabo de leer el periódico y aparece como portada que Gaugin ha realizado un cuadro llamado ¿Cuándo te casas?. Puesto que este pintor me apasiona, he buscado rápidamente información sobre él y me ha parecido una obra magnífica repleta de colores intensos.
Ya es tarde, así que me voy a ir a dormir. Después de este intenso fin de semana, llega la rutina. Otro día más yendo a trabajar al Museo de Hermitage. Se me pasan los días volando y dentro de una semana tengo que ira a Argentina para ver a mis abuelos y volver a España para el día de Nochevieja. El otro día me llamó mi abuela asustada y me contó que habían asesinado a una niña de quince años en la misma avenida en la que ellos viven. Tengo muchas ganas de ir, hace más de siete años que no los veo. Hoy he conseguido comprarme el libro de El abanico de Lady Windermere, una obra de teatro estrenada ese mismo año. Llevaba muchísimo tiempo buscándolo y al fin lo he encontrado. Mañana sale el avión dirección Argentina. Estoy muy nerviosa, quiero que se pase rápido.
Son las seis de la mañaña. Me levanto, cojo las maletas y me dirijo al puerto para coger el barco. El viaje se hace eterno. Al llegar, me esperan mis abuelos.
Al bajar del barco, corrí a darles un gran abrazo. Estaban igual que hacía siete años. Nos fuimos a su casa y estuvimos hablando de todos estos siete largos y pesados años, cuando, de pronto, escuchamos en la calle muchas sirenas. Al principio nos asustamos, pero, después, nos contó la vecina de al lado que todo estaba bien. El inventor Juan Vucetich, argentino, había identificado a la asesina que había matado a una niña gracias a las huellas dactilares.
Mi estancia en Argentina fue magnífica. Pasé unos días inolvidables con mis abuelos y aprendí muchas cosas que no sabía. Regresé a España y llegué a Barcelona, donde me esperaban mis padres y mi hermana pequeña. Me alegré muchísimo al verlos. Eran las diez de la mañana y fuimos a desayunar al restaurante de mis padres. Me contaron que había una sorpresa para mí y que íbamos al Teatro del Liceo para ver la obra Peleas y Melisenda, de Maurice Maeterlinck, estrenada ese mismo mes. Llegó la hora y nos sentamos los cuatro en primera fila, desde donde se veía todo espléndidamente. A mistad de la obra comenzamos a escuchar voces que provenían de las calles. De repente un hombre abrió la puerta del teatro y gritó: “¡CUIDADOOOO!”. En ese mismo instante, una gran estallido inundó la sala. Era un atentado cometido por Salvador Franch. Abrí los ojos y me encontré a cinco médicos mirándome fijamente. Llevaba dos años en coma.
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