En la historia de la literatura hay mujeres que han defendido el derecho de la mujer a participar en la vida cultural de su tiempo. Algunas han sido las primera en hacerlo. Son mujeres asombrosas, con una fuerza y valentía inauditas como Enheduanna, que es el primer autor conocido de la literatura universal
(y de una obra de arte en general). Lo decimos en masculino porque no hay hombre anterior que haya firmado sus obras y haya tenido conciencia literaria como aquella mujer que fue tan importante en su época,
ayudada por su condición de princesa porque era hija del rey Sargón I el Grande
de Acadia. Además de escritora de prosa y verso, fue sacerdotisa de la deidad
lunar Nana Suen en el templo de Ur (situada actualmente en el sur de Irak). Se
le atribuye el mérito de sintetizar los ritos religiosos sumerio y acadio.
Aunque hubo un tiempo en el que se dudó de la verdadera existencia de esta
escritora, en 1927 se confirmó su existencia cuando el arqueólogo británico
Charles Leonard Woolley descubrió un disco.
Además
de las tabletas de arcilla donde se conservan sus obras (de fecha posterior, en
torno al 1800 a.C. las más antiguas), hay evidentes restos arqueológicos. Su
obra literaria es, como corresponde a su época, de carácter mítico y religioso,
pero destaca de ella que, al contrario de otros autores de su tiempo, hay en
sus obras numerosas referencias biográficas y reflexiones de tipo personal.
Destacan sus himnos religiosos, de los que se conservan 42, recopilados en 37
tabletas procedentes de Ur y Nippur, lo que demuestra que se usaron durante
siglos en los actos religiosos. Su obra más conocida es la Exaltación de Inana,
diosa de la guerra y del amor.
En sus
obras destacan sus descripciones de las medidas y los movimientos estelares,
que algunos consideran las primeras observaciones científicas del cielo, por lo
que en 2015 se bautizó con su nombre un cráter en Marte.
Sea como
fuera, el hecho de que el primer autor de nombre conocido fuese una mujer nos
hace pensar cuán equivocados podemos estar en cuanto al papel de las mujeres en
la historia de la escritura.
Si
Enheduanna es la primera escritora universal, la primera nacida en terreno
español fue Wallada bint al-Mustakfi (994-1091), otra princesa
nacida en Córdoba, hija de un efímero califa Muhammad al-Mustakfi, de la
familia Omeya, y de una esclava cristiana. Su condición social facilitó que
tuviera una notable educación. Destaca la defensa de su independencia, lo que
le hizo prescindir de los derechos reales que le correspondían al carecer de
hermanos varones. Asumir el poder le habría obligado a aceptar una tutela
masculina, por lo que, al morir su padre cuando ella tenía 17 años, le hizo sus
derechos y no se casó ni negoció matrimonio alguno a lo largo de su vida. Creó
una salón literario donde se celebraban tertulias en las que intervenía
libremente y enseñaba, lo que le generó diversas críticas, dudando de su
honestidad.
Fue una mujer muy bella y la más culta y famosa del califato cordobés, pero también la más escandalosa por sus vestimentas (paseaba sin velo y con versos bordados en sus vestimentas como: “Doy gustosa a mi amante mi mejilla// y doy mis besos a quien los quiera”). Algunos poetas siempre defendieron su honestidad, entre ellos su eterno enamorado, el visir Ibn Abdus, que permaneció siempre con ella hasta el fin de sus días, pero sin casarse. Pero el hombre que marcó su vida fue el noble Ibn Zaydum, al que dedica muchos de sus versos, algunos muy subidos de tono, sin escatimar referencias de tipo sexual. Se conocieron cuando ella tenía 20 años en una fiesta poética e iniciaron una historia de amor apasionada con encuentros y desencuentros, pero él le fue infiel y nunca lo perdonó, a pesar de que, según la leyenda, Ibn Zaydum nunca olvidó a su amada y de que, enfermo de amor, recorría Córdoba solicitando su perdón. Se conservan nueve de sus poemas y ocho de ellos están dedicados a esta historia de amor fracasada, cinco de ellos sátiras (el que debió ser su género preferido) durísimas en las que defiende su libertad.
¿Acaso hay para nosotros,
después de esta separación, una salida;
puede quejarse cada uno de nosotros
de lo que ha sufrido?
Pernoctaba yo en los tiempos
de nuestras visitas mutuas durante el invierno
sobre las brasas crepitantes por la pasión.
¿Cómo, pues, estando en la situación de este abandono,
ha apresurado el destino lo que yo temía?
Giran las noches y no veo el fin.
De nuestro distanciamiento,
ni la paciencia me libra
de la esclavitud de mi anhelo.
Riegue Dios la tierra donde estés
con toda clase de lluvias copiosas.
Cuando te enteraste de lo mucho que te quiero
y supiste el lugar que ocupas en mi corazón,
y cómo me dejaba arrastrar por el amor, sumisa,
yo, que a nadie más que a ti consentí que me arrastrara,
te alegraste de que el sufrimiento cubriera mi cuerpo
y de que el insomnio pintara de negro mis párpados.
Pasa tus miradas por las líneas de mis cartas
y verás mis lágrimas mezcladas con la tinta.
Cariño mío: mi corazón se deshace
de quejarse tanto a un corazón de pura piedra.
Si fueras justo con el amor que existe entre nosotros,
no habrías escogido ni amarías a mi esclava;
has dejado una rama donde florece la hermosura
y te has vuelto a la rama sin frutos.
Sabes que soy la luna llena,
pero, por mi desdicha,
de Júpiter estás enamorado.
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